No es la primera vez y seguramente no será la última que el aumento de la recaudación fiscal se ceba con los automovilistas españoles. Es difícil comprender que cuando el precio del barril del petróleo Brent baja, no produce un inmediato y consecuente abaratamiento de las gasolinas.
Se ha pagado al inicio de la dramática y triste guerra en Ucrania por encima de los 140 dólares el barril y ahora, que apenas dos semanas después ha bajado su precio por debajo de los 100 dólares, los combustibles no han dejado de subir, al menos en España. Claro, es que el 50% del precio de la electricidad y los carburantes son impuestos. Nunca habíamos visto antes el litro de gasolina por encima de los 2 euros.
Pero no sólo los automovilistas particulares pagamos esta situación, ya que más grave todavía es lo que los transportistas profesionales están sufriendo, llegando a una situación casi insoportable en el desarrollo de su actividad, que no olvidemos es estratégica y esencial para el normal funcionamiento de la actividad económica del país.
Como padre siento tristeza al ver que los jóvenes ni se plantean la posibilidad de comprar un automóvil ante los precios de los mismos y, sobre todo, por el terrorífico coste actual de la gasolina y la electricidad. Cuando yo era joven la ilusión primera al empezar a trabajar y ganar un sueldo era comprarse un coche o una moto. Hoy en día ya parece casi algo del pasado. Y no es precisamente porque a nuestros chicos y chicas no les apasione conducir.
Es inevitable que surja en situaciones como la actual esa creativa y brillante imaginación española que nos dice por las redes sociales que “la cerveza está más barata que la gasolina: bebe y no conduzcas”.
Reír por no llorar.
Rafael Fernández-Chillón. Presidente de CEA
